José soñó. Lo que sabemos de él nos dice que era un hombre sencillo, un hombre pobre en un país ocupado y controlado por un ejército extranjero. Tenía pocos motivos para soñar, pero tenía sueños para sí mismo y para su familia. Tuvo el valor de hacer realidad esos sueños, y sus acciones marcaron la diferencia en el mundo. Su firme creencia en sus sueños y su valor para hacerlos realidad llevaron al Hijo de Dios a la seguridad. Sus sueños condujeron a nuestra salvación.
¿Qué soñamos para nosotros y para nuestro mundo? Tal vez soñemos con lo que podríamos hacer para que nuestra comunidad local fuera más vivificante para todos los que viven y visitan en ella. ¿Seguimos el ejemplo de José y nos animamos a trabajar para hacer realidad esos sueños? ¿O dejamos que el ajetreo de la vida cotidiana, las críticas de los demás o nuestras propias dudas acaben con nuestros sueños? A cuántas personas he oído decir cosas como: “En nuestra casa nunca se haría eso” o “En nuestra comunidad local no se hace eso”. Hace falta valor para sugerir un cambio y enfrentarse al posible ridículo de los demás. Hace falta firmeza para seguir creyendo en nuevas posibilidades cuando otros nos dicen que son imposibles.
Sin duda, muchos de nosotros soñamos con cómo podemos ejercer nuestro ministerio entre el pueblo de Dios de una manera que acerque a todos a nuestro Dios. Quizás pensamos en maneras de ayudar a otros a desarrollar su propia espiritualidad especial. O tal vez pensamos en maneras creativas de ayudar a los que nos encontramos que pueden tener un pobre concepto de sí mismos. ¿Cómo podemos animarles a creer que un Dios amoroso les considera especiales y dignos de ser amados? Pero para llevar a la práctica esas ideas puede que tengamos que ir más allá de nuestras capacidades actuales. Quizá tengamos que pedir ayuda a otros o enfrentarnos a quienes nos digan: “Intentas hacer demasiado”. Necesitaríamos valor para tender la mano y constancia para mantener el rumbo a pesar de los detractores.
Imaginemos el valor y la firmeza que necesitó José para creer que podía llevar con seguridad a su pequeño hijo y a su joven esposa en el largo viaje a una tierra hostil. ¿Dónde habría aprendido las habilidades para semejante viaje? Era un simple carpintero. ¿Cómo iba a entender los caminos del desierto o cómo encontrar trabajo si ni siquiera hablaba la lengua de su nueva tierra? Sin embargo, José soñaba, y estaba dispuesto a pedir ayuda a los demás para hacer posibles sus sueños y a enfrentarse con valentía a quienes probablemente le decían que ese viaje era imposible.
Pensemos en muchos otros ámbitos en los que tenemos sueños para nosotros mismos, nuestros amigos, nuestra familia, nuestro mundo. Sin duda, el sueño de un mundo que responda a la urgente amenaza del cambio climático nos persigue. Tomémonos un tiempo durante este mes que celebra a José y veamos si estamos siguiendo el ejemplo del santo cuyo nombre llevamos. ¿Estamos dispuestos a atender a nuestros sueños más profundos y a tomar luego el valor que necesitamos para hacer realidad esos sueños? ¿Podemos apoyarnos en nuestro Dios y permanecer firmes a esos anhelos más profundos, incluso frente a quienes se burlan de nuestros sueños y nos dicen que los olvidemos?
Al celebrar el Día de San José, alabemos a José el Soñador. Alegrémonos también nosotros de los sueños que todos tenemos de un mundo mejor y apoyémonos mutuamente mientras trabajamos para que esos sueños se hagan realidad. Como dice Madeleva Williams, CSJ, en su precioso póster: “José tenía sueños. No siempre fueron claros ni fáciles, pero eran suyos. Con el tiempo, cambiaron su mente y su corazón”. Que nuestros mejores sueños hagan lo mismo por nosotros.