Cuando vivía en el Perú, una de las cosas que más admiro en el pueblo peruano es su don de compasión y solidaridad. Encontré que esto es especialmente cierto entre personas con recursos materiales limitados. Cuando una persona o una familia está sufriendo, ellos/as sufren. Muchas veces este ocurre porque ellos/as han sufrido la misma dificultad o amenaza o pérdida en sus propias vidas. Entonces, comprenden lo que está ocurriendo a las otras personas. Y, en su compasión, ellos/as extienda la mano a otros/as para acompañar la persona o familia en su tristeza o preocupación.
Pero no acaba allí. Su compasión los/las mueven a la práctica de la solidaridad que se desarrolla de dos maneras. Uno es buscar una salida del sufrimiento, una solución posible, y la segunda es buscar a otras personas de juntarse en aliviar el sufrimiento.
Puede ser que ellos/as tienen muy pocos recursos, pero cuando combina estos recursos, muchas veces hay una salida. Y cuando trabajan juntos/as logran algunas soluciones ingeniosas al problema o desafío
Y cuando el grupo logra una solución al problema o desafío, ellos/as saben ¡cómo celebrar! La fiesta es una manera maravillosa para regocijar un final feliz.
Cuando contemplamos la pasión, muerte y resurrección de Jesús, vemos que sucede lo mismo. El triduo empieza con una celebración—la cena pascual que hace memoria de la liberación del pueblo escogido de la esclavitud de Egipto. Jesús transforma la comida en la celebración de una libertad nueva—de ofrecer una mesa donde hay campo para todos/as, de transformar el lavado de los pies y los dones sencillos de pan y vino en sacramentos de la presencia de Dios entre nosotros/as.
Pero, muy rápido, movemos al sufrimiento—la agonía que Jesús experimenta en el jardín y la inhabilidad de sus compañeros de acompañarlo, el arresto a las manos de su amigo convertido en traidor, la mofa de su juicio y las acusaciones falsas, el tratamiento inhumano por parte de los soldados, la burla de Pilato y su condenación de Jesús a la muerte a pesar de saber que es inocente, tropezando bajo el peso de la cruz y luego ser levantado en el mismo y sufriendo todo el dolor y sufrimiento ambos físico y espiritual.
Pero, en medio de todo el horror del Viernes Santo, vemos gestos de la gente sencilla llegando a Jesús con compasión y solidaridad: las mujeres de Jerusalén llorando por él, Verónica limpiando su rostro, las mujeres al píe de la cruz acompañando a María en su tristeza y a Jesús en su sufrimiento, Dimas defendiendo a Jesús, el soldado romano ofreciendo algo para saciar su sed, y, finalmente, José de Arremetía y Nicodemo bajando Jesús de la cruz y poniéndolo en una tumba prestada. Compasión y solidaridad.
Y luego llega ¡la fiesta! Las mujeres van a la tumba muy temprano en la mañana de domingo, listas para dar a Jesús la “extremaunción” del entierro y encuentran, no la muerte sino la vida y es ¡la vida total! Es la vida de Jesús dentro de nosotros/as que nos ayuda ver con sus ojos de compasión, juntar manos uno/a con otro/a en solidaridad, celebrar los dones de vida, de esperanza, de gozo que son los dones de la resurrección. ¡Aleluya!